viernes, 1 de marzo de 2013

La biblia de la A a la Z


Tengo muy buena memoria, fotográfica. A veces doy miedo. Reproduzco conversaciones enteras como si me las hubiese estudiado. Recuerdo detalles sin importancia,  también todas las fechas de cumpleaños… ¿Será un don? Mi don. Hola, soy rubia, pero tengo un don. Pues no, no lo es.


 El otro día la grúa se llevó mi coche, pero yo no lo sabía, yo sólo vi que donde había aparcado mi coche hacía diez horas, ahora había otro. Y no lo había cambiado de sitio, me acordaría (recordad que hasta hace unos segundos tenía un don). No reaccioné muy bien, la verdad. De hecho, no reaccioné. De no ser por mi compañera Teresa, que hizo las llamadas pertinentes para descartar el robo, yo seguiría con la boca abierta delante de un coche que no era el mío. Al otro lado del teléfono de Teresa había una mujer que sólo me hizo una pregunta para ayudarme a dar con mi coche: ¿me dice la matrícula de su vehículo por favor?... Mierda.

 
Pero no es de esto de lo que quería hablar, aunque también tiene que ver con la memoria.

 
Yo estudié en un colegio de monjas. Cada alumna tenía que llevar su biblia a clase dos o tres veces por semana. A mí se me olvidaba con frecuencia, pero compartía la de mi compañera de pupitre, Cochi Garbín. Hasta que la cosa se puso fea y la hermana Victoria empezó a poner puntos negativos a quienes olvidaran en casa las sagradas escrituras.

 
Así que el día que la mencionada monja entró en clase y preguntó ¿tenéis todas la biblia aquí? mi vida cambió. Mis compañeras empezaron a agitar las suyas al aire mientras respondían: siiiiiiiiiii.
Yo no la tenía, pero lo que sí que había debajo de mi pupitre era un diccionario Everest, de color marrón, sí, de esos que tenían un dibujo de una montaña nevada en la portada. Lo agarré, lo blandí al aire y grite: siiiiiiiiiiiiiiiiiiii, hermana, síiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii. De repente, en esa clase en la que había 42 niñas de 13 años, parecía estar yo sola. La hermana Victoria solo me miraba a mí.

-¿Eso es una biblia?

 -Sí, dije yo muy bajito y con el diccionario Everest, de color marrón con la montaña nevada pintada en la portada, encima de la mesa, muy pegadito a mí.

Silencio

-Lee la biblia

Silencio

-¿Lees o te pongo un punto negativo?

Eso nunca… Así que… muy despacio abrí el diccionario Everest, de color marrón con la montaña nevada pintada en la portada (más tarde descubrí que esa montaña era el propio Everest) y empecé.

-A: primera letra del abecedario español. Corresponde a la vocal más percetible del sistema vocálico español.

Madre mía todo lo que había ahí escrito sobre la A, una página entera… No me dejó acabar.

Mi diccionario Everest, de color marrón y con el Everest nevado pintado en la portada, y yo abandonamos el aula en ese mismo instante. Nunca se ha establecido un vínculo más bonito entre un diccionario y una niña que aquel. Y nunca más me olvidé la biblia.
Pero nada de lo que hice después fue lo suficientemente bueno como para borrar todos los puntos negativos que me pusieron aquel día. De hecho, creo que aún hay alguno anotado en aquella lista, junto a mi nombre, que ocupaba justo el puesto número 11. En el diez, María del Mar Ferreira, y en el 12, Concepción Garbín.
 

2 comentarios:

  1. Ay vida!!! Que me gusta leerte! Me consta, por algunos 'asuntos' que tienes gran memoria fotográfica!!!
    Mucho mejor tu everest que el libraco ese!! ¿Cual era tu cole!?
    Esperando ya que más nos cuentas, rubia!

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  2. Je je je... Esa es mi hermana...Lastima que no te dejaran acabar ni tan siquiera la 1ª pagina. Un beso

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