Me encantan los restaurantes de barrio. Me encantan los restaurantes japoneses de barrio. Para ser rubia (natural) soy muy poco snob la verdad. Me vuelvo loca con los manteles de usar y tirar, los tubos fluorescentes y los menús que valen 9.50 de lunes a viernes y 15 el fin de semana.
El otro día fui al japo de mi barrio: espectacular. Desde la decoración, adquirida en el chino ( no en el restaurante sino en la tienda multiproductos) de enfrente, hasta ellos mismos, con su media lengua y su sonrisa perenne. Voy mucho, pero mucho, y llamo por teléfono a menudo para que me traigan a casa el pescadito y el tofu. La conversación siempre es la misma, pido un mix de atún y salmón y mi interlocutor me advierte que vale, que no es lo habitual (para eso son muy alemanes, o atún o salmón) pero que hacen una excepción. También me dice que me lo cobran a precio de atún (bastante más caro), por si me rajo. Yo acepto y fin de la charla. Cuando voy allí a comer siempre me ofrecen sake o algún digestivo al pedir la cuenta, es algo que hacen con todo el mundo, no sólo con las rubias, no sólo conmigo. Pero el otro día me sentí un poco especial. Después de comerme todo un barco de sashimi, de babor a estribor, así, yo sola, sin solución de continuidad y sin dejar que mi acompañante metiera palillo. Pido la cuenta y el camarero hace la previsible invitación a Sake, la rechazo y, de repente, me entrega una tarjeta... ¡a mí! Era una deferencia, un reconocimiento, una especie de trato preferente. ¡Me dió una tarjeta de descuento! Sí, como los cheques del Vip's, como las tarjetas del súper. Me puse muy contenta, me sentí distinta. Era un descuento sublime, asombroso, único, irrepetible... ¿De cuánto? querréis saber, del 8%: colosal.
El otro día fui al japo de mi barrio: espectacular. Desde la decoración, adquirida en el chino ( no en el restaurante sino en la tienda multiproductos) de enfrente, hasta ellos mismos, con su media lengua y su sonrisa perenne. Voy mucho, pero mucho, y llamo por teléfono a menudo para que me traigan a casa el pescadito y el tofu. La conversación siempre es la misma, pido un mix de atún y salmón y mi interlocutor me advierte que vale, que no es lo habitual (para eso son muy alemanes, o atún o salmón) pero que hacen una excepción. También me dice que me lo cobran a precio de atún (bastante más caro), por si me rajo. Yo acepto y fin de la charla. Cuando voy allí a comer siempre me ofrecen sake o algún digestivo al pedir la cuenta, es algo que hacen con todo el mundo, no sólo con las rubias, no sólo conmigo. Pero el otro día me sentí un poco especial. Después de comerme todo un barco de sashimi, de babor a estribor, así, yo sola, sin solución de continuidad y sin dejar que mi acompañante metiera palillo. Pido la cuenta y el camarero hace la previsible invitación a Sake, la rechazo y, de repente, me entrega una tarjeta... ¡a mí! Era una deferencia, un reconocimiento, una especie de trato preferente. ¡Me dió una tarjeta de descuento! Sí, como los cheques del Vip's, como las tarjetas del súper. Me puse muy contenta, me sentí distinta. Era un descuento sublime, asombroso, único, irrepetible... ¿De cuánto? querréis saber, del 8%: colosal.