miércoles, 8 de mayo de 2013

LOS HIDRATOS DE CARBONO Y SUS CONSECUENCIAS


A mi me gusta comer, disfruto, no es un trámite. Siempre ha sido así, y no me refiero a comer delicatessen, puedo tomar (de hecho ha ocurrido) espaguetis con tomate durante una semana y disfrutar cada día del plato como si hiciese meses que no los probaba, claro que eran otros tiempos. Tampoco me gusta tirar comida, y esto me ha traído algún que otro disgusto. Os pongo en situación.

Verano del 92. Vacaciones adolescentes con amigas en un pueblo de la sierra almeriense. Fiestas populares y diez 'niñas' en una casa de pueblo. En el jardin una piscina Estoy con Toy en la que nos bañábamos por turnos por una cuestión de espacio... La vida era nuestra.
En la casa de al lado un perro tristón, delgado; un perro tristón muy delgado, famélico que diría mi madre.
Cada día cocinábamos kilos de espaguettis con tomate y cada día sobraban kilos de espaguettis con tomate. Como si fuese un ritual, después de comer, cada día le dábamos al perro tristón las sobras de nuestro banquete. Él las devoraba gustoso. Cada día estaba más contento, menos tristón. Esperaba ansioso el momento, movía la colita, daba saltos cuando nos veía aparecer. Al final de la semana era nuestra mascota, estaba más rellenito, más lozano... más feliz ¡que coño!. Ahora era un animal alimentado.

Nuestra felicidad y la del perro se acabó de repente, sin previo aviso. ¿Qué ocurrió? Sencillamente que apareció el dueño, al principio muy contento de ver a sus vecinas bañándose por turnos en la minúscula piscina, incluso se paró a darnos conversación. Llevaba una escopeta al hombro y se le veía bien, nos dijo que había quedado con unos amigos, iban de caza y venía a por el perro, era un galgo. Sí un galgo.
Ese verano descubrí que los galgos son delgados, que se le marcan las costillitas y que (ay) antes de la temporada de caza llevan una alimentación muy estricta para que, llegado el momento de echarse al monte a cazar, estén ágiles y tengan hambre para atrapar conejos, liebres y demás animalitos silvestres. Cuando vió a su perro, al que había dejado agua de sobra para los cinco dias y una ración de pienso para cada día que le suministraba un dispensador programado para tal fin, lo poseyó el mismísimo demonio. Aquel perrito movia la colita mientras intentaba llegar a duras penas hasta su dueño arrastrando la panza llena de espaguetis. No tenía ganas de moverse, ni se saltar, ni de salir al monte a correr ni mucho menos de comer nada que no fuesen hidratos de carbono con tomate Apis.
Nos dijo que nos iba a denunciar por maltrato animal, que habíamos arruinado su temporada de caza y que llevaba meses entrenando al galgo para cazar. Por no hablar del dinero que le había costado el perro. No entendíamos nada porque os juro que nunca un animal ha sido tan feliz como aquel galgo en el verano del 92 y en ese momento yo me convertí en la adolescente más triste que ha sujetado nunca una lata de tomate frito.

3 comentarios:

  1. ¿Quién no ha tenido una adolescencia inconsciente y feliz y unas amigas inconscientes y felices? El dueño del galgo... que se fastidie. Qué divertido, rubia : )

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  2. Pobre perro....Se estaría acordando de vosotras durante MUCHO tiempo, je je je.

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