A mi me gusta comer, disfruto, no es un
trámite. Siempre ha sido así, y no me refiero a comer delicatessen,
puedo tomar (de hecho ha ocurrido) espaguetis con tomate durante una
semana y disfrutar cada día del plato como si hiciese meses que no
los probaba, claro que eran otros tiempos. Tampoco me gusta tirar
comida, y esto me ha traído algún que otro disgusto. Os pongo en
situación.
Verano del 92. Vacaciones adolescentes
con amigas en un pueblo de la sierra almeriense. Fiestas populares y
diez 'niñas' en una casa de pueblo. En el jardin una piscina Estoy
con Toy en la que nos bañábamos por turnos por una cuestión de
espacio... La vida era nuestra.
En la casa de al lado un perro tristón,
delgado; un perro tristón muy delgado, famélico que diría mi
madre.
Cada día cocinábamos kilos de
espaguettis con tomate y cada día sobraban kilos de espaguettis con
tomate. Como si fuese un ritual, después de comer, cada día le
dábamos al perro tristón las sobras de nuestro banquete. Él las
devoraba gustoso. Cada día estaba más contento, menos tristón.
Esperaba ansioso el momento, movía la colita, daba saltos cuando nos
veía aparecer. Al final de la semana era nuestra mascota, estaba más
rellenito, más lozano... más feliz ¡que coño!. Ahora era un
animal alimentado.
Nuestra felicidad y la del perro se
acabó de repente, sin previo aviso. ¿Qué ocurrió? Sencillamente
que apareció el dueño, al principio muy contento de ver a sus
vecinas bañándose por turnos en la minúscula piscina, incluso se
paró a darnos conversación. Llevaba una escopeta al hombro y se le
veía bien, nos dijo que había quedado con unos amigos, iban de caza
y venía a por el perro, era un galgo. Sí un galgo.
Ese verano descubrí que los galgos son
delgados, que se le marcan las costillitas y que (ay) antes de la
temporada de caza llevan una alimentación muy estricta para que,
llegado el momento de echarse al monte a cazar, estén ágiles y
tengan hambre para atrapar conejos, liebres y demás animalitos
silvestres. Cuando vió a su perro, al que había dejado agua de
sobra para los cinco dias y una ración de pienso para cada día que
le suministraba un dispensador programado para tal fin, lo poseyó el
mismísimo demonio. Aquel perrito movia la colita mientras intentaba
llegar a duras penas hasta su dueño arrastrando la panza llena de
espaguetis. No tenía ganas de moverse, ni se saltar, ni de salir al
monte a correr ni mucho menos de comer nada que no fuesen hidratos de
carbono con tomate Apis.
Nos dijo que nos iba a denunciar por
maltrato animal, que habíamos arruinado su temporada de caza y que
llevaba meses entrenando al galgo para cazar. Por no hablar del
dinero que le había costado el perro. No entendíamos nada porque os
juro que nunca un animal ha sido tan feliz como aquel galgo en el
verano del 92 y en ese momento yo me convertí en la adolescente más triste que ha sujetado nunca una lata de tomate frito.
¿Quién no ha tenido una adolescencia inconsciente y feliz y unas amigas inconscientes y felices? El dueño del galgo... que se fastidie. Qué divertido, rubia : )
ResponderEliminarGracias Sandra! Una fan con divina pluma eres
EliminarPobre perro....Se estaría acordando de vosotras durante MUCHO tiempo, je je je.
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